viernes, 9 de septiembre de 2016

MI EXPERIENCIA CON "LA RESISTENCIA" (De Ernesto Sabato)

Pocos libros me permiten sentir muy cercas el palpitar de la vida. Tuve la oportunidad de encontrarme con uno de ellos en estos meses: La resistencia, de Ernesto Sabato.

Ya tenía mucho tiempo esperándome en mi biblioteca personal. La portada de la edición Seix Barral me atrajo mucho, un detalle de una obra maestra del pintor Rafael: La multiplicación de los peces. En ella se observan a los discípulos de Jesús tratando de sacar del mar una red llena de peces. Tres de ellos tiran de la red con mucha fuerza y con sus pies firmes en la arena. Los otros dos empujan desde el agua, de rodillas o con sus pies hundidos en la arena movediza; muy cansados. Una imagen que revela el hermoso concepto de la resistencia que nos quiere transmitir un hombre de 70 años que se siente cercano a la muerte.

El libro inicia con un grito de urgencia:
"Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana". (Como me recuerda la misma urgencia con la que hablaba Cristo cuando dijo: !Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta que lleva a la perdición!)

En la primera página Ernesto Sabato nos revela que se puso a escribir en la madrugada, con urgencia, como alguien que sale a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, y así son sus descripciones. Parecen gritos de auxilio que reconoce dentro de él mismo y dentro de la humanidad que se consume. Con lamentos, nos trae las cenizas de lo que ya hemos perdimos y nos sacude con fuerza para que nos arriesguemos a entrar en las llamas, a rescatar lo valioso que aún nos queda. Por impulso encuentra las posibilidades que están a nuestro alcance para salvarnos de lo que está acabando con nuestra existencia. Nos anima a reconocer la resistencia que nos mantiene con vida. Resistencia que nos obliga a aferrarnos a la esperanza de una vida más humana, más justa, más solidaria.

Al finalizar la lectura, el libro me hizo reflexionar en que tal vez  la resistencia venga integrada a nuestra existencia, como si hubiéramos sido diseñados para resistir. Que a pesar de que somos malos, hay indicios de que no siempre fuimos así. Como si anheláramos una vida alternativa que nos mantiene en búsqueda.
Ahí creo que se encuentra lo valioso del libro para mí, no en la descripción apasionada de los problemas de la sociedad actual o la creatividad con la que valora las posibilidades para la salvación. Creo que lo más valioso del libro es tener frente a mí a un hombre que ha salido de la comodidad, para abrirnos su corazón y mostrarnos su ruego, su grito. Un hombre realmente preocupado por la salvación de nosotros y de las próximas generaciones. 

Me dio la impresión de que escuchaba a mis abuelxs. Las figuras de mis abuelxs no las tengo muy precisas, por lo que no me afecta  poner el rostro de ellos en sus palabras mientras me cuenta de su cercanía a la muerte:
"Ahora que la muerte está vecina, su cercanía me ha irradiado una comprensión que nunca tuve; en este atardecer de verano, la historia de lo vivido está delante de mí, como si yaciera en mis manos, y hay horas en que los tiempos que creí malgastados tienen más luz que otros, que pensé sublimes. 
He olvidado grandes trechos de la vida y, en cambio, palpitan todavía en mi mano los encuentros, los momentos de peligro y el nombre de quienes me han rescatado de las depresiones y amarguras." Cómo me recordó a las personas que me han salvado a lo largo de la vida, Jesucristo, pero también mis propios padres, familia y humildes personas que encarnan el cuidado de Dios por mi sanidad.

Les comparto algunas ideas que me parecieron pertinente a lo que vivo. De alguien aprendí que lo que subrayamos en un libro queda como cucharadas de alimento para la posteridad. Les dejo entonces estas cucharaditas:

Las que expresan las grandes tragedias de la humanidad:
-vamos perdiendo el valor del diálogo con los demás, la capacidad de mirar y ver lo cotidiano.
-valoramos más un paisaje en una película que en la realidad.
-se nos están cerrando cada vez mas los sentidos, a tal grado que requerimos de más intensidad.
-nos estamos acostumbrando al ruido y a la velocidad; a sentir sólo si pasa por una pantalla.
-el vivir como autómatas nos hace ciegos a las huellas que los hombres van dejando.
-reconocemos el valor de los demás sólo en la medida que definen nuestro ser, nuestro modo de sentir o que sirven para ayudarnos en nuestros proyectos personales. Y si no son aptos, los miramos como estorbos o que nos hacen perder el tiempo.
-el estilo moderno tiene consecuencias en nuestra salud. Como el cáncer, dice: No es acaso un cierto tipo de crecimiento desmesurado y vertiginoso, como el que se vive en nuestras sociedades? Es como si las enfermedades modernas fueran los medios que usa el cosmos para sacudir nuestra orgullosa especie humana.
-la humanidad se une para adecuarse a la creciente funcionalidad que el sistema requiere hora tras hora....
-ha crecido nuestros deseos de controlar el acontecer de todo.
-hemos sacado la creencia en un ser supremo y las consecuencias morales que esto nos ha traído.
-hemos perdido la vergüenza, en nombre de una supuesta libertad. Que mas bien a la verdadera libertad le tememos. 
-vamos perdiendo el valor por las palabras de manera que cualquier interpretación es válida.
-la globalización aplasta con su poder el sentido de los valores y de uno mismo, que ya no se sabe en quién o en qué creer, porque ya se han relativizado los valores.
-incluso vamos perdiendo nuestro amor por el hogar. Si nos descuidamos, dice, habremos dejado de compartir el misterioso momento en que alguien muere, y el alma se retira del cuerpo. 
-vamos dejando de percibir las situaciones límite, aquellas en las que se nos desploma nuestro mundo, las únicas que nos pueden sacudir de esta inercia en que vamos.
-nos atragantamos con una avalancha de información, que no podemos digerir y de la que no recibimos alimento. 
-a pesar de que volvemos a la religión, buscamos sólo un techito cómodo, que nos impide entrar en los abismos de la fe. 
-abandonamos a nuestros ancianos en su enfermedad por cumplir nuestras vocaciones, creyendo que lograremos nuestras utopías. Sin saber que nuestros proyectos y trabajos nos quitan de ver esos rostros que  luego se nos aparecen como los verdaderos mensajeros de lo mismo que buscamos. 
-les decimos cuentos a los niños sobre animales que están sometidos al peor suplicio, cómo no les explicamos la terrible irracionalidad en la que se encuentra el ser humano por el consumo excesivo.
-les enseñamos a nuestros hijos cristianismo y bien común a la vez que les enseñamos individualismo y competencia. Algo que ha generado confusión en ellos.
-hemos perdido el gozo de encontrarnos con un ser humano, un momento de silencio ante la creación, el gozo de una obra de arte. Cómo lo hemos cambiado por estar sentados frente a la pantalla o ir de compras. 
-debajo de las máscaras traemos tantas lágrimas y necesidad de otros.
-intentamos esconder el lado oscuro que todos los humanos tenemos.
-el poder del mundo se concentra y se globaliza en unos cuantos hombres, en unas cuantas empresas, mientras hay millones sin un hogar o alimento. 
-se van perdiendo los rasgos únicos de las personas por la llamada globalización, que intenta masificar a todos con sus procesos. 
-nos aferramos a la idolatría de la técnica y de la explotación del ser humano. 
-cómo hemos adoptado un estilo de vida de "sálvese quien pueda", cuando además de ser inmoral, no alcanza.
-la desesperación por divertirse tiene sabor a decadencia.
-el nihilismo hace imposible la transmisión de valores a las nuevas generaciones.
-cómo  no podemos vivir comunitariamente porque los vínculos se basan en la competencia: una guerra no armada. 
-nos levantamos y avanzamos a nuestras labores, pendientes de cumplir con horarios que hacen peligrar nuestra humanidad, sin siquiera mirarnos.
-hemos perdido la serenidad, la lentitud. Siendo esto algo inseparable en la condición humana. 
-el miedo, el vértigo y el pánico nos impide hasta tomar decisiones para hacer mas humana nuestra existencia. Dejamos que otros nos digan cómo vivir. Que hombre es libre de tomar decisiones? se pregunta.
-nos vamos desvalorizando, a tal grado que nos percibimos más como engranajes que como pecadores, lo cual es peor. 
-nos atrevemos a hundirnos en las comodidades que ofrece la técnica, pero no en experiencias hondas como el amor o la solidaridad. 
-desgraciadamente por las condiciones inhumanas del trabajo, por educación o por miedo, muchas personas no se atreven a decidir conforme a su vocación.

Las que expresan lo que tenemos a nuestro alcance para sobrevivir y resistir; para encontrar lo que nos salve. 
-los objetos entrañables que otros nos regalan, o que impregnamos con anhelos y sentimientos; como puentes entre nosotros, como huellas que otros nos van dejando: una mesita, unos zapatos gastados, un libro, un arreglo de una mesa. 
-la misma expresión del hombre ante otros, para salir del cautiverio de la soledad.
-compartir una taza de café con un amigo
-una reunión con la familia
-estar en silencio con la naturaleza o ante una obra de arte.
-los mismos cuidados que nos tienen los demás; nos salvan la vida incesantemente.
-los genuinos encuentros donde experimentemos el latido de la vida.
-los que han vivido mas solos, mas huérfanos que nosotros. Los que nos pueden enseñar a amar más.
-personas que con tan solo verlas nos sanan.
-el destino mismo como seres humanos que se encarna en alguna circunstancia: un nacimiento, una cara amada, un desencuentro misterioso. 
-la libertad que está a nuestro alcance, que es mayor de la que nos atrevemos a vivir. 
-lo simple, lo cercano, la memoria de un pedazo de tierra, un recuerdo de la niñez, un árbol, un arroyo, un perro.
-el ruego, la esperanza!
-los ejemplos que nos da la creación: unos cipreses casi retorcidos por el sufrimiento, dando el último combate contra la adversidad. 
-reconocer que no podemos controlarlo todo
-creer en un ser supremo; en la existencia de un Padre y un sacrificio.
-la renuncia individual por el bien común.
-la vergüenza que se traduce en resposabilidad.
-el valor a las palabras para dar respuesta a ellas y no para descargarnos de nuestros actos.
-la concepción del mundo que debe ser vivida desde dentro para comprenderla y compartirla. 
-nuestro hogar, nuestra provincia.
-el asistir a un entierro.
-las situaciones límites, donde sentimos que se desploma nuestro mundo  
-los relatos que unen a los pueblos. Los que explican la plenitud del hombre.
-el conocimiento de otras culturas.
-nuestros viejos!
-la niñez que llevamos en la memoria
-la formación espiritual
-reconocer la dualidad que vive en nosotros: somos capaces de hacer las mejores obras y las mas malvadas. Oscilamos entre la santidad y el pecado. No podemos esconder esta contradicción, pero si entregarnos al amor para vencer el mal. 
-el deseo de proteger la vida. 
-las nuevas generaciones que contemplan el mal que ha generado los valores de la modernidad, la frivolidad ante la violencia, la falta de gestos humanos.
-El arte que nace del desajuste, la ansiedad y el descontento; pero como un intento de reconciliación. El arte como don que repara el alma de los fracasos y sinsabores
-la capacidad creativa que cada hombre tiene.
-La compañía de dos personas solas que se acuestan juntos para darse mutuamente calor. 
-la lentitud, la serenidad.
-la gratitud de un abrazo
-las heridas de los hombres que nos reclaman.
-las experiencias hondas de amor y sacrificio por otros, como los niños abandonados en las calles.
-El canto en la miseria
-valorar las horas como lugares vivos en nuestra existencia que ocurren una sola vez. 
-nuestra vocación, el llamado interior que el ser humano escucha en el silencio del alma.
-la proximidad del fin
-la noche
-el desierto
-los hombres ejemplo
-la conversión
-la verdad que se muestra sin las distorsiones de la propaganda o de los oportunismos
-los centinelas, que trabajan y siguen en la espera de la verdad. 




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