jueves, 26 de junio de 2008

Don Pedro

Como recuerdo a Don Pedro,
un hombre que olía mal
-No tanto como este mundo-
el cáncer le hacia oler así.
Solía colgar su crucifijo cerca de su cabecera.
Su rostro, se despintaba cada día
parecía un atardecer,
pero un atardecer triste; una luz tenue.
Los primeros meses de su enfermedad,
se le veía un brillo en los ojos,
un miedo vestido de fortaleza.

Nunca quiso preocupar a su mujer,
-que siempre nos recibía con una taza de café con leche
y unas galletas María-.
Me daba cuenta de su decrepitud
al apretar su mano,
los huesos hablaban más que los doctores.
La piel delgada,
anunciaba su muerte.
Cuando tocaba a su puerta y el oía mi voz,
se acomodaba en su cama y se decía ser el hombre mas tranquilo del mundo
pero una sonrisa lánguida lo delataba.

Los últimos días,
Ya no podía abrir sus ojos
buscábamos su voz; ya no tenía fuerzas para evocar.
Cada tos le arrancaba un suspiro.
Era una carnicería su lucha.
Ya las jeringas habían perdido su confianza,
las odiaba.
Sus latidos cada vez mas lentos,
le hacían ver en una sola imagen su pasado.
!En una sola!
Le oí decir siempre: Dios sabe el porque, el nos tiene en su mano.

En el invierno frío
Donde amanecen las charcas hechas hielo
y los vagabundos andan en las calles con las narices moradas,
amaneció su cuerpo inmóvil;
Su cuarto dejo de oler a café.
No le vi en su último día.
Solo deseaba verle, no para decirle palabras fatuas
sino para verle el pecho inflarse una y otra ves,
tomado de su mano.

Al siguiente día,
amaneció oliendo a tequila toda la sala.
Entre en su alcoba, 
recorrí con la vista pesada todo el dormitorio:
una vela prendida, un rosario en la pared,
comida en polvo, su cama y la Biblia que le regale.
Llore, llore todo lo que nunca llore en su presencia
Llore porque sentí algo desprenderse de mi.
Llore sus manos, sus palabras y sobre todo llore sus
ojos amarillos que siempre miraban hacia la eternidad.

la esperanza duerme en el cielo

Despierto,

y de nuevo la esperanza duerme en el cielo.

Siempre tan paciente,

Parece un pan acabado de salir del horno.

Hasta el más abatido cae en su aroma.


En la tarde,

mientras camino esquivando,

las rayas paralelas de la banqueta,

ella se encarga de traer a mi memoria, aquella piedra gris,

manchada por mis huellas.

En su cresta,

el tiempo se había encargado de formarle una cama,

una cama para los pisoteados,

una cama para los desvalidos,

para los huéspedes de la soledad.

Una cama a mi medida.


Acostumbraba visitarle muy seguido

Para mirar el cielo de frente.

Un cielo mudo.

Pero un cielo divertido.

Le lanzaba preguntas como pelotas,

Pero rebotaban en su panza.

Siempre me volvían a caer a la boca.


En las tardes no era lo mismo.

La falta de respuestas me tenía preso.

Si llorar borrara el ayer desde cuando estaría libre.

Lloraba toda el alma, lloraba mi sombra.

Lloraba toda mi niñez, lloraba hasta empapar mi camisa.


En los 360 grados nadie me veía.

Solo el, el cielo mudo.

Solo el sabía calmar mi agonía.

Se vestía de colores y hacia formas con las nubes.

Podía crear cualquier forma.

Formas que deseaba montar para escapar del mundo.


La visita terminaba con una siesta,

donde soñaba nada.

A veces solo concluía con una mirada.

Una mirada hambrienta,

que devoraba cada milímetro de cielo. Cada suspiro

Al regresar a casa, el me miraba la espalda. Yo sonreía.


Ya deje de esquivar las rayas en la banqueta.

¿Porque mirar suelo sucio si arriba hay un cielo limpio?

Parece un pan acabado de salir del horno.


No es el cielo el que me tiene absorto.

No es la esperanza que duerme en el.

Es el creador de la esperanza.

Que nunca duerme. Al que espero.